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Coreanos separados: «Hace 67 años que no sé nada de mis hermanos»

Las familias divididas desde 1953 piden nuevas reuniones ante el deshielo olímpico

Ceremonia de Imjingak (Corea del Sur). Al otro lado del río, el Norte PABLO M.DÍEZ
Pablo M. Díez

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Están a pocos kilómetros, pero llevan más de seis décadas sin saber nada unos de otros. Sin solución, ese es el drama de miles de familias separadas por la guerra de Corea que no se ven ni tienen contacto alguno desde que el fin de la contienda dividió en 1953 al Norte comunista y al Sur capitalista por el Paralelo 38. «Me escapé en 1951 cuando el Ejército del Norte tomó mi pueblo en la provincia de Hwanghae para reclutar a los jóvenes», cuenta Choi Byeong-duk, quien tenía 19 años entonces y acaba de cumplir 85. Cuando huyó con tres sacos de arroz y el anillo de su madre a la vecina isla de Gyodong, desde la que veía el castaño de su calle, pensó que sería solo por tres meses hasta que pudiera regresar. «Pero han pasado ya 67 años y no sé nada de mis hermanos», se lamentaba ayer con lágrimas en los ojos durante el homenaje a los ancestros en el Parque de la Paz de Imjingak , desde donde se divisa Corea del Norte al otro lado del congelado río Imjin.

En pleno Paralelo 38, cientos de surcoreanos celebraron el primer día del año nuevo lunar recordando a sus familiares en el Norte, de los que no tienen información porque la frontera está cerrada por un campo de minas y no hay comunicaciones entre los dos países. «Me siento culpable porque mis padres habrán muerto ya y mis dos hermanas y mi hermano menor deben de haber sido castigados por mi fuga o puede que hayan perecido de hambre», se sincera Choi compungido. Al igual que otros muchos asistentes, sabe que lo peor es que le quedan pocos años de vida y es probable que se vaya de este mundo sin abrazar por última vez a su familia. Para que eso no ocurra, ha depositado todas sus esperanzas en el acercamiento entre las dos Coreas que han traído los Juegos Olímpicos de Invierno de PyeongChang . «Igual que se ha unido el equipo de hockey femenino sobre hielo, espero que haya una nueva reunión de familias separadas», confía ilusionado.

Desde 2000, casi 20.000 familiares de ambos lados han podido encontrarse en una veintena de reuniones cara a cara organizadas por Cruz Roja y más de 3.700 lo han hecho por videoconferencia. Pero la mitad de los 130.000 surcoreanos que lo solicitaron han fallecido ya y la inmensa mayoría de los 66.000 que esperan han superado los 80 años.

El sueño del reencuentro

Con poco tiempo que perder a sus 88 años, Kim Sang-boong también sueña con volver a ver a sus dos hermanas, a las que dejó atrás cuando, en diciembre de 1950, se marchó al Sur para unirse a su Ejército y luchar contra el Norte. Aunque en Seúl rehizo su vida como profesor y tuvo dos hijos que le han dado cinco nietos, se sincera al asegurar que «si hubiera sabido que iba a pasar tanto tiempo sin mi familia, no me habría ido, porque un hombre tiene que nacer y morir en el mismo lugar».

Reencontrarse con sus dos hermanas y su hermano es también la ilusión diaria de Jin Gyung-sun, quien nació hace 87 años en Pyongyang, capital de Corea del Norte, y huyó en 1949, justo antes de la guerra. Durante la contienda, trabajó como corresponsal para medios americanos como NBC, CBS, AP y UPI, pero nunca pudo volver a Pyongyang a buscar a su familia . Ni siquiera en 2005, cuando viajó al Norte con un grupo católico, le permitieron visitar el lugar donde nació. «Dije a los guías que mi hogar estaba allí y se lo tomaron con mucha alegría, pero seguramente estarían pensando que era un traidor», recuerda este fotógrafo, que ha trabajado para los ministerios de Defensa y Comunicaciones y también ha retratado las reuniones de familias separadas.

«Cada vez que fotografío esos encuentros, donde los familiares de uno y otro lado por fin se abrazan después de tanto tiempo sin verse, es como si me reuniera con mis hermanos, lo que me da esperanzas de que algún día lo haga», apunta con seguridad. Convencido de que «Corea del Norte permitirá, aunque sea por la propaganda, un par de encuentros de familias divididas», concluye con un mensaje de optimismo: «Cada día vivo con la esperanza de reunirme de nuevo con los míos».

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